jueves, 28 de junio de 2012


ARTECON: 30 AÑOS DE VIVENCIAS. Nota 15. Escribe hoy: Mario “Chiqui” Cuevas

  AQUELLOS SONIDOS

Soy un antiguo integrante de Artecon que ingresó al grupo en la década del ochenta, (uno que yo sé se acordará la fecha, seguro), no por poseer una marcada vocación teatral, sino por una profunda amistad con dos de sus integrantes (unos tipos apellidados Valdez y Lanzoni, no sé si les suenan). Nunca tuve aspiraciones de actor, aunque subir a las tablas en esos días no me hubiese venido mal para desinhibirme y soltarme un poco; y sí, mi afición por la música signó mi lugar en Artecon: sonidista.
En esos días hacer sonido no era tan fácil como lo es hoy con toda la técnica a nuestra disposición. Teníamos dos soportes para trabajar: los viejos y queridos casetes y los vinilos. Los de mi edad se imaginarán los inconvenientes que traían consigo: el casete se ponía pesado, o se estiraba la cinta; además, si el equipo en cuestión no tenía cuentavueltas, ¿cómo caráspita hacíamos si debíamos repetir el mismo fragmento musical en varios pasajes de la obra? Bueno, había que retroceder manualmente el casete e ir escuchando con auriculares hasta encontrar el inicio, o recurrir a la Bic para acomodar la cinta en su punto justo.
El vinilo también tenía su historia. Era inevitable escuchar determinado pasaje en el disco, ubicarlo y sostenerlo para soltarlo en el momento que el director había pautado que la música debía entrar, teniendo sumo cuidado que el disco no saliera patinando y no asustar a los actores que abajo (o adelante o un costado), en el escenario, la estaban yugando duro con la obra.
Los problemas para el sonidista surgían a menudo cuando jugábamos de visitantes, en nuestra ciudad o fuera de ella, (en esos días éramos locales en la Sociedad Italiana). Recuerdo particularmente dos obras, ‘El viejo criado’ (1987) y ‘El Huevo de Pascua’ (1988) (¡gracias Lanzoni por el blog artesanalmente detallado!). ‘El viejo criado’ llevaba música de Astor Piazzolla, extraída de la banda de sonido de la película “El exilio de Gardel” y en una oportunidad, creo que para un encuentro de teatro, brindamos la obra en el Teatro Coliseo. Hete aquí que cuando llegamos para preparar la escenografía, luces y las diferentes cuestiones técnicas para la puesta, descubro que mi cabina de sonido estaba ubicada… ¡detrás del escenario! (no era exactamente una tradicional cabina: había una silla y una mesita de madera, un centro musical arriba de la mesa, ubicados contra una de las paredes detrás de escena) ¿Cómo hacía el pobre sonidista, o sea yo, para escuchar la música y la voz de los actores desde mi posición, detrás del escenario, en un extremo derecho y tapado por los telones y en bambalinas? A pesar de los ademanes tranquilizadores que me hacía el Negro Vega, el director, todavía hoy no lo sé, no me pregunten cómo salió el sonido ese día, no tengo la más pálida idea…
Con ‘El huevo de pascua’ ocurrió algo parecido pero con distancias diferentes. La obra, cuyo escenografía era un capítulo aparte, (espero que algún protagonista de esos días tenga bien de hacer un relato pormenorizado sobre ella), estaba constituida de varios sketchs que, obviamente, cada uno llevaba su música (mi pobre memoria recuerda algo del Gato Barbieri, algo de Los Músicos del Centro y nada más…). Llega la invitación para participar en un encuentro de teatro en Rojas y allí vamos… los integrantes en un colectivo… y la escenografía… en un camión aparte…
Llegamos a la ciudad, vamos a ver el teatro, muy lindo, muy coqueto, pero no para mí. La cabina de sonido estaba ubicada al comienzo de la sala, a treinta o cuarenta metros del escenario, herméticamente cerrada, sin la menor posibilidad de escuchar el zumbido de una mosca que estuviese volando fuera de ella (¡creo que hasta estaba presurizada!). Otra vez… no me pregunten qué pasó con el sonido esa noche…
La obra que más vívida tengo es ‘El viejo criado’. Gracias a los chicos del grupo conocí ese delicioso texto y a su autor, el gran Roberto Cossa. Lo lindo de haber sido sonidista en un grupo de teatro, y particularmente en Artecon, es que uno participaba de la experiencia creativa mientras se ensayaba. Las indicaciones del director, las sugerencias de los actores, las dudas de los chicos hacia dónde dirigir su personaje o cómo interactuar. Por ejemplo, recuerdo haber presenciado una rica charla entre Marcelo Valdez y Walter Álvarez discurriendo sobre el destino y razón de ser de sus papeles en ‘El viejo criado’.
Tuvimos el privilegio de participar en un encuentro de teatro en La Plata y hospedarnos (si no me falla la memoria, a ver Lanzoni) en el Hotel Diamante, a cuadritas de la Terminal (¿existirá todavía?). Para mí fue toda una aventura, no era hombre (bah, pendejo) de teatro, pero compartir esa experiencia fortaleció mi apoyo incondicional hacia la gente que se la juega por el arte. No he convivido con actores que viven de su profesión, si lo he hecho con los que son casi profesionales, pero que no pueden vivir de ella. Siempre me conmovió esa fuerza, esa determinación para llevar adelante su búsqueda a pesar del entorno apático, de la abulia generalizada, contra viento y marea, día y día, perseverando…
Hoy, desde afuera, (pero no tanto, en un rinconcito del corazón sigo siendo un integrante más), cuando me siento en una butaca para vivir una de sus obras, a menudo me asaltan recuerdos imborrables de amigos, de situaciones, de aprendizajes, de compartir tanta pasión por el teatro sostenida a través de los años… los gobiernos… y las tormentas…
¿Qué más decir? Salud Artecon… por tres décadas más…

Mario Cuevas

Mario “CHiqui” Cuevas fue sonidista en 4 obras de las realizadas por Artecon entre 1987 y 1989, realizando un total de 18 funciones. Como él lo explica participó de El Viejo Criado, Vincent y los Cuervos, El Huevo de Pascua entre otras. Sigue colaborando con el grupo con sugerencias musicales para las distintas puestas.

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