ARTECON: 30 AÑOS DE
VIVENCIAS. Nota 15. Escribe hoy: Mario “Chiqui” Cuevas
AQUELLOS
SONIDOS
Soy un antiguo integrante
de Artecon que ingresó al grupo en la década del ochenta, (uno que yo sé se
acordará la fecha, seguro), no por poseer una marcada vocación teatral, sino
por una profunda amistad con dos de sus integrantes (unos tipos apellidados
Valdez y Lanzoni, no sé si les suenan). Nunca tuve aspiraciones de actor,
aunque subir a las tablas en esos días no me hubiese venido mal para
desinhibirme y soltarme un poco; y sí, mi afición por la música signó mi lugar
en Artecon: sonidista.
En esos días hacer
sonido no era tan fácil como lo es hoy con toda la técnica a nuestra
disposición. Teníamos dos soportes para trabajar: los viejos y queridos casetes
y los vinilos. Los de mi edad se imaginarán los inconvenientes que traían
consigo: el casete se ponía pesado, o se estiraba la cinta; además, si el
equipo en cuestión no tenía cuentavueltas, ¿cómo caráspita hacíamos si debíamos
repetir el mismo fragmento musical en varios pasajes de la obra? Bueno, había
que retroceder manualmente el casete e ir escuchando con auriculares hasta
encontrar el inicio, o recurrir a la Bic para acomodar la cinta en su punto
justo.
El vinilo también
tenía su historia. Era inevitable escuchar determinado pasaje en el disco, ubicarlo
y sostenerlo para soltarlo en el momento que el director había pautado que la
música debía entrar, teniendo sumo cuidado que el disco no saliera patinando y
no asustar a los actores que abajo (o adelante o un costado), en el escenario, la
estaban yugando duro con la obra.
Los problemas para el
sonidista surgían a menudo cuando jugábamos de visitantes, en nuestra ciudad o
fuera de ella, (en esos días éramos locales en la Sociedad Italiana). Recuerdo
particularmente dos obras, ‘El viejo criado’ (1987) y ‘El Huevo de Pascua’
(1988) (¡gracias Lanzoni por el blog artesanalmente detallado!). ‘El viejo
criado’ llevaba música de Astor Piazzolla, extraída de la banda de sonido de la
película “El exilio de Gardel” y en una oportunidad, creo que para un encuentro
de teatro, brindamos la obra en el Teatro Coliseo. Hete aquí que cuando
llegamos para preparar la escenografía, luces y las diferentes cuestiones
técnicas para la puesta, descubro que mi cabina de sonido estaba ubicada…
¡detrás del escenario! (no era exactamente una tradicional cabina: había una
silla y una mesita de madera, un centro musical arriba de la mesa, ubicados
contra una de las paredes detrás de escena) ¿Cómo hacía el pobre sonidista, o
sea yo, para escuchar la música y la voz de los actores desde mi posición, detrás
del escenario, en un extremo derecho y tapado por los telones y en bambalinas? A
pesar de los ademanes tranquilizadores que me hacía el Negro Vega, el director,
todavía hoy no lo sé, no me pregunten cómo salió el sonido ese día, no tengo la
más pálida idea…
Con ‘El huevo de
pascua’ ocurrió algo parecido pero con distancias diferentes. La obra, cuyo
escenografía era un capítulo aparte, (espero que algún protagonista de esos
días tenga bien de hacer un relato pormenorizado sobre ella), estaba
constituida de varios sketchs que, obviamente, cada uno llevaba su música (mi
pobre memoria recuerda algo del Gato Barbieri, algo de Los Músicos del Centro y
nada más…). Llega la invitación para participar en un encuentro de teatro en
Rojas y allí vamos… los integrantes en un colectivo… y la escenografía… en un
camión aparte…
Llegamos a la ciudad,
vamos a ver el teatro, muy lindo, muy coqueto, pero no para mí. La cabina de
sonido estaba ubicada al comienzo de la sala, a treinta o cuarenta metros del
escenario, herméticamente cerrada, sin la menor posibilidad de escuchar el
zumbido de una mosca que estuviese volando fuera de ella (¡creo que hasta
estaba presurizada!). Otra vez… no me pregunten qué pasó con el sonido esa
noche…
La obra que más vívida
tengo es ‘El viejo criado’. Gracias a los chicos del grupo conocí ese delicioso
texto y a su autor, el gran Roberto Cossa. Lo lindo de haber sido sonidista en
un grupo de teatro, y particularmente en Artecon, es que uno participaba de la
experiencia creativa mientras se ensayaba. Las indicaciones del director, las
sugerencias de los actores, las dudas de los chicos hacia dónde dirigir su
personaje o cómo interactuar. Por ejemplo, recuerdo haber presenciado una rica charla
entre Marcelo Valdez y Walter Álvarez discurriendo sobre el destino y razón de
ser de sus papeles en ‘El viejo criado’.
Tuvimos el privilegio
de participar en un encuentro de teatro en La Plata y hospedarnos (si no me
falla la memoria, a ver Lanzoni) en el Hotel Diamante, a cuadritas de la
Terminal (¿existirá todavía?). Para mí fue toda una aventura, no era hombre
(bah, pendejo) de teatro, pero compartir esa experiencia fortaleció mi apoyo
incondicional hacia la gente que se la juega por el arte. No he convivido con
actores que viven de su profesión, si lo he hecho con los que son casi
profesionales, pero que no pueden vivir de ella. Siempre me conmovió esa
fuerza, esa determinación para llevar adelante su búsqueda a pesar del entorno
apático, de la abulia generalizada, contra viento y marea, día y día,
perseverando…
Hoy, desde afuera,
(pero no tanto, en un rinconcito del corazón sigo siendo un integrante más),
cuando me siento en una butaca para vivir una de sus obras, a menudo me asaltan
recuerdos imborrables de amigos, de situaciones, de aprendizajes, de compartir tanta
pasión por el teatro sostenida a través de los años… los gobiernos… y las
tormentas…
¿Qué más decir? Salud
Artecon… por tres décadas más…
Mario Cuevas
Mario
“CHiqui” Cuevas fue sonidista en 4 obras de las realizadas por Artecon entre
1987 y 1989, realizando un total de 18 funciones. Como él lo explica participó
de El Viejo Criado, Vincent y los Cuervos, El Huevo de Pascua entre otras.
Sigue colaborando con el grupo con sugerencias musicales para las distintas
puestas.
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